A comienzos del siglo XIII, la Península Ibérica se dividía territorialmente en los siguientes dominios: la mitad norte se fraccionaba en los cinco reinos cristianos de Portugal, León, Castilla, Navarra y Aragón, y el Sur y Levante estaban bajo dominio almohade; entre ambas zonas, a modo de frontera, existía un extenso territorio casi sin población en el que los almohades levantaron un gran número de fortalezas defensivas para frenar el avance cristiano.
Durante esta época, el reino cristino que más combatió contra los almohades fue Castilla, cuyo rey, Alfonso VIII (1158-1214) decidió convertirse en abanderado de la causa reconquistadora, que se había paralizado tras la tregua de 1197, batallando en varias ocasiones con los musulmanes-almohades. Sintiéndose suficientemente fuerte, tuvo la audacia de presentar él solo batalla a los norteafricanos, pero su inexperiencia le costó la estrepitosa derrota de Alarcos y la pérdida de Calatrava (Ciudad Real, 1195).
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| Un pastor de cabras indicó a Alfonso VIII un paso por el que, sin riesgo alguno, llegó el ejército a un sitio ventajoso para la batalla. |
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La Navas de Tolosa
Fue por entonces cuando se empieza a hablar de una gran batalla entre el bando cristiano y el musulmán, que decidiría gran parte del futuro de la Península. La confrontación parecía tan inevitable como necesaria, y ambos bandos empezaron a prepararse para la batalla.
Alfonso VIII no vivía para otra cosa que para tomarse la revancha de Alarcos y propiciar a los musulmanes un golpe de tal envergadura que no pudieran volver a levantarse. Para ello necesitaría un ejército imponente, y él no lo tenía. Además, sólo contaba con la amistad del reino de Aragón y temía que León y Navarra, recelosos del poderío que estaba alcanzando Castilla, atacaran su reino si se marchaba con todo su ejército hacia el Sur para luchar contra los almohades. Por ello solicitó ayuda al papa Inocencio III, y éste accedió sin muchas vacilaciones.
El Papa proclamó una cruzada contra los musulmanes, y prometió conceder ‘indulgencia plenaria’ a quienes acudiesen a la Península a luchar junto a los cristianos de la zona. Solicitó a los reyes de Navarra y de León que aplazasen para otro momento sus disputas personales con Alfonso VIII y se unieran a los castellanos en favor de la causa común. Les advirtió que, en caso de aprovechar la guerra para invadir Castilla, serían excomulgados.
Desde toda Europa, pero sobre todo desde Francia, se dirigieron hacia España miles de personas pertenecientes a todas las clases sociales: nobles, hidalgos, caballeros, villanos... Del ámbito peninsular, Navarra, Aragón y Portugal accedieron a combatir junto a Castilla, pero Alfonso IX de León decidió no formar parte del ejército cristiano, aunque sí se comprometió a respetar el territorio castellano.
El punto de partida era Toledo. Allí se concentraron en la primavera de 1212 todos los ejércitos cristianos: Alfonso VIII de Castilla, Alfonso II de Portugal, Pedro II de Aragón, Sancho VII de Navarra y los cruzados europeos, todos dispuestos a partir hacia el Sur y derrotar a los nuevos invasores. En el camino hacia Andalucía conquistaron diversos sitios y fortalezas almohades, entre las que cabe destacar la gran fortaleza de Calatrava. En la conquista de la esta fortaleza, Alfonso VIII dejó retirarse sin ningún castigo a muchos de los musulmanes que la custodiaban, lo cual suscitó el descontento de un gran número de cruzados, que, debido a esto y a que venían agotados por la escasez de alimentos y por el calor del verano peninsular, decidieron volver a sus países de origen, reduciendo significativamente los efectivos del ejército cristiano.
El día 13 de julio de 1212, el ejército cristiano se encontraba muy cerca de donde se llevaría a cabo la batalla final, y separado del ejército rival por el desfiladero o paso de la Losa (Sierra Morena), fuertemente custodiado y estudiado por los almohades. El desfiladero era un lugar tan angosto que un regimiento de pocos efectivos con pleno conocimiento de la zona podría derrotar a cualquier ejército de la época que se atreviese a cruzarlo. La alianza cristiana tenía dos opciones: avanzar por aquel estrecho paso, lo que a ciencia cierta provocaría infinidad de pérdidas, o retroceder las líneas, bajar Sierra Morena e intentar buscar otra ruta que no estuviera custodiada por los enemigos. Después de muchas discusiones, Alfonso VIII, como dirigente del ejército cristiano, dijo las siguientes palabras ante sus cabecillas: “Retirarnos supondrá agotar y desalentar a nuestras tropas; además, seguramente no exista otro paso que no esté custodiado por el enemigo, y, confío en no sufrir demasiadas pérdidas, por lo que decido proseguir nuestro camino por el paso de la Losa”. El ejército sabía lo que esta decisión podría suponer, pero, armados de valor y convencidos de la necesidad de abatir la amenaza almohade, decidieron seguir las órdenes de su general.
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| El rey de Navarra Sancho VII rompe las cadenas que defienden al rey almohade. |
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En las crónicas cristianas se cuenta que lo que ocurrió varias horas después de tomar tan importante decisión, fue un milagro obra del propio Dios. Afirma la tradición que un pastor de cabras se presentó ante Alfonso VIII señalándole un camino que aseguraba no estar vigilado por los almohades. Alfonso VIII confió en el pastor y envió a una cuadrilla de soldados liderados por el gran general castellano Don Diego López de Haro a comprobar tal sendero. Acreditaron que el pastor llevaba razón. Al día siguiente, el ejército cristiano levantó el campamento y se puso en camino hasta llegar a una meseta (Mesa del Rey), donde acamparon por última vez antes de la gran batalla.
La mañana del 16 de julio de 1212 tuvo lugar la batalla en un llano llamado “Navas de Tolosa” o “Navas de la Losa”, cerca de la mesa del Rey y del paso de la Losa, enclaves donde un par de días antes se encontraban frente a frente los cristianos y los almohades, respectivamente. Actualmente existe en el mismo lugar de la contienda una aldea que lleva el mismo nombre que el llano y que daría nombre a la batalla; cerca de este lugar también se encuentran los municipios jienenses de La Carolina y Santa Elena.
El ejército cristiano, formado por unos 70.000 hombres, se colocó en formación de ataque estructurado en tres columnas. En la columna central se encontraban los castellanos y los cruzados europeos que quedaban después de la espantada general que tuvo lugar tras el asedio de Calatrava, a la izquierda se encontraban los aragoneses y a la derecha los navarros. A su vez, cada columna estaba dividida en tres líneas: vanguardia, media y retaguardia.
Las tropas musulmanas las constituían unos 150.000 soldados, dispuestos en cuatro líneas, una tras de otra: la primera línea estaba formada por andalusíes del pueblo llano; la segunda, por árabes y beréberes (etnias musulmanas que vinieron a Al-Andalus con la invasión almohade); la tercera, por el grueso del ejército almohade, y, por último, la guardia personal de Mohamed al-Nasir, el rey almohade, constituida por 10.000 negros que formaban con sus picas un verdadero muro de hierro en torno a la tienda real, sólidamente protegida por gruesas cadenas de hierro.
Fue Don Diego López de Haro, al mando de la vanguardia castellana, quien empezó el ataque cristiano. Con la ayuda de la línea media castellana y la vanguardia y parte central aragonesa consiguió doblar las dos primeras líneas del ejército musulmán. Nadie se explica hoy cómo pudo conseguir tal hazaña, ya que la diferencia de hombres en ese primer choque era abismal. Fue entonces cuando intervinieron los almohades, provocando un duro golpe a López de Haro y los que habían quedado con vida.
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| Alfonso VIII de Castilla, victorioso sobre sus enemigos en la batalla de las Navas de Tolosa. |
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Al notar el retroceso de los cristianos, Alfonso VIII se coloca al frente de sus caballeros e infantes e inicia una carga decisiva junto con los reyes de Aragón y Navarra que, a su vez, cargan a una contra los flancos del ejercito musulmán. Este acto de los reyes y caballeros infunde nuevos bríos en el resto de las tropas y es decisivo para el resultado de la contienda. En un frenético empuje, los cristianos hacen retroceder a los almohades hasta el mismo punto donde se encontraba el rey al-Nasir, que vio cómo sus tropas eran derrotadas de forma abrumadora, provocando la desbandada total de los soldados. En este punto, cuenta la tradición que el rey Sancho de Navarra atravesó sus últimas defensas y rompió el férreo cerco de cadenas que rodeaba la tienda. Al ver el giro que tomaba la contienda, al-Nasir ordena tocar retirada y huye precipitadamente hacia Jaén. Se dice que fue tal el desastre, que el rey almohade tuvo que utilizar un burro para poder escapar de la muerte.
Los ejércitos cristianos, agotados por la batalla, decidieron volver a sus territorios respectivos, desaprovechando las ventajas que les brindaba una victoria así. El objetivo de la campaña, abatir para siempre el sistema defensivo musulmán, ya estaba conseguido, al tiempo que quedó afirmado como frontera cristiana el borde de Sierra Morena, de manera que la presencia musulmana en la Península quedaba reducida, prácticamente, a lo que hoy es Andalucía.
De la Navas de Tolosa a Granada
La batalla de las Navas de Tolosa contribuyó nuevamente al desmembramiento de Al-Ándalus en reinos de Taifas, lo que favoreció que fuesen cayendo uno tras otro ante el empuje cristiano, hasta quedar como último vestigio musulmán el reino de Granada (Granada, Málaga y Almería), gobernado por la dinastía nazarí. El reino sobreviviría precariamente hasta que Boabdil “el Chico”, último rey musulmán español, entregó las llaves del reino a los Reyes Católicos y se retiró a África. Era el 2 de febrero de 1492.
Fragmento tomado de aquí.
Tienes además vídeos sobre las Navas de Tolosa en los vídeos de La Reconquista
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