sábado, 12 de abril de 2014

La forja de un Rebelde

A través de estos libros y la serie de TVE podemos realizar un recorrido por la 1ª mitad del siglo XX.

En La forja, el primer tomo de la trilogía, Arturo Barea narra su infancia y juventud en el Madrid de principios de siglo. Un mapa de lugares que ya no existen, que ya no podemos dibujar.
“Los doscientos pantalones se llenan de viento y se inflan”, así se inicia el libro. La figura de su madre, la señora Leonor, lavandera, tendiendo la ropa. El Madrid más castizo. El mismo desde el que ahora escribo. Los descampados de Embajadores. Atocha. Desde la Plaza de Cascorro hasta el Mundo Nuevo. La calle del Arenal. La Plaza de Oriente.

Barea, con la voz del niño que fue, cuenta esos años con la inocencia necesaria, con precisión, sin fantasía. Su familia, sus amigos, su colegio. Buscarse la vida. Sobrevivir. La pobreza. Los sueños que habitan en el pueblo del verano. Los abuelos. Navalcarnero. La antesala de Madrid. El recuerdo, la añoranza:
“¡Qué bien se está aquí! La cabeza entre las rodillas”, escribe. Y continúa: “Y yo le miro la cara de abajo arriba sin que ella me vea… Entierro la cabeza entre el delantal como los gatos. Quisiera ser gato. Saltaría encima de las faldas y me haría una bola… Subir encima de las faldas, hacerme una bola, dormitar oyendo hablar…Quedarme allí, quieto, ¡muy quieto!”.

E irremediablemente crecer.


A medida que su edad aumenta, su entorno se va haciendo más visible: “Desde aquí arriba, desde la cuesta que hace la calle de Alcalá, veo la vida”. Un Madrid en tensión. El reloj del Banco de España. La diosa Cibeles. La vida política marca el ritmo de La ruta, el segundo tomo. Los primeros apuntes literarios de Barea y, sobre todo, su experiencia en la guerra de Marruecos: Los primeros ideales y las primeras renuncias. Las vísperas de las, también primeras, batallas. Y su regreso de nuevo a Madrid, pero a un Madrid diverso:
“Existía un vacío de dos años entre mi familia y yo, entre Madrid y yo. Habíamos roto el hilo de la vida diaria. Si queríamos reanudar nuestras vidas juntas otra vez, teníamos que atar con un nudo las puntas rotas; pero un nudo no es una continuidad, es la unión de dos trozos con un roto entremedias”.
A su vuelta, Barea se encuentra con un Madrid alterado, con un decorado que se alimentaba de El Liberal, El Defensor, El Socialista, El Sol, ABC, El Debate… los diarios de la época.

Regresar a la Puerta del Sol. Y volver a marcharse, y seguir buscando su lugar.


Con La llama finaliza la trilogía. El relato de aquel 18 de julio de 1936, la más conmovedora descripción de los años de la guerra civil española y el exilio del escritor en Inglaterra.

Sencillo y preciso, detallista, Barea va describiendo su vida, mezclando los aspectos más íntimos -su matrimonio, sus hijos, el amor- con los más públicos, la descripción de su trabajo y de la vida social. El pulso a un país a punto de meterse en una guerra civil.

Con la ventaja de saber el final, de leer desde el hoy, vamos desmigajando el pasado. Comprendemos mejor aquella guerra atendiendo a los pasos previos, a las revoluciones de palabras y a los hechos. Barea describe explícitamente su visión de la guerra, lo que observa:
"Madrid estaba sufriendo hambre y los túneles del metro; al igual que los sótanos de Telefónica, estaban abarrotados por miles de refugiados”.
Hemingway. Las Brigadas Internacionales. Detalla su labor al frente del Comité de Censura durante la guerra, con sede en el edificio de Telefónica. Describe así:
“Miré el montón de papeles y se me revolvió el estómago. Los sentimientos contenidos de muchos periodistas se habían volcado allí. Había textos que no disimulaban, entre malicias, la alegría de que Franco estuviera, como ellos decían, dentro de la ciudad”.
Tomado de ...

y si quieres verlo en capítulos de RTVE

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