martes, 22 de noviembre de 2016

La Monarquía Hispánica


Sistema polisinodial de la monarquía hispánica

Conceptos bloque 3

 CONCEPTOS RELACIONADOS - mayorazgo, Consejo de Castilla, Inquisición, Regalía, Sentencia arbitral de Guadalupe, Leyes de Toro, Tratado de Alcaçovas-Toledo, Protestantismo, dieta, Contrarreforma, unidad ibérica, consejos, Austrias, tercios, Leyenda negra, Limpieza de sangre, Auto de fe, Guerra de los Treinta Años. Alteraciones monetarias,  Paz de Westfalia, Tregua de los Doce Años, Unión de Armas, validos.

PERSONAJES - Cardenal Cisneros, Torquemada, Gonzalo Fernández de Córdoba, Reyes Católicos, Juana la Beltraneja, Juana la Loca, Duque de Alba, Carlos I, Felipe II, Conde Duque de Olivares, Felipe III, Felipe IV, Carlos II.

FECHAS - 1469, 1492, 1520, 1609, 1618-1648, 1640, 1700.

viernes, 11 de noviembre de 2016

Títulos del Rey de España: Felipe VI

Además de los ya conocidos títulos de Majestad Católica, Rey de Castilla, de Aragón, de Navarra y Granada, el Rey ostenta estos títulos: 
- Rey de JerusalénEl reino de Jerusalén tan solo estuvo vigente a lo largo de dos siglos (1099-1291), fundándose a raíz de la 'Primera Cruzada' llevada a cabo por el papa Urbano II con el propósito de conquistar aquellos lugares, Jerusalén entre ellos, considerados como sagrados. El nombramiento en 1504 de Fernando el Católico como rey de Nápoles se trajo hacia España el título al trono del reino de Jerusalén y desde entonces la corona española ostenta dicho cargo; de ahí que Felipe VI, además de España, sea también rey de Jerusalén. 
- Rey de las Dos SiciliasEl Reino de las Dos Sicilias fue un antiguo Estado de Italia meridional, creado en 1816 y anexionado por el Reino de Italia en 1861. Comprendía los territorios de Nápoles y Sicilia y fue gobernado por una rama de la Casa de Borbón española, descendiente de Carlos III de España, él mismo rey de Nápoles y de Sicilia como Carlos VII.
- Rey de ValenciaEl reino de Valencia1 fue un reino creado por el rey Jaime I el Conquistador que abarcó desde la reconquista de la taifa de Valencia en 1238 hasta 1707, año en que con la promulgación de los Decretos de Nueva Planta para los reinos de Aragón y Valencia sus instituciones fueron abolidas y sus fueros sustituidos por los castellanos; desde esa fecha hasta la división territorial de España en 1833 acometida por Javier de Burgos, el reino de Valencia mantuvo ese nombre como territorio dentro de las diferentes administraciones de la España de los Borbones.
- Rey de GaliciaEl reino de Galicia fue una entidad política surgida en la Edad Media como monarquía privativa durante un breve tiempo, escindidia y reunida en varias ocasiones con el reino de León y, finalmente, con la corona de Castilla, sirviendo de base para la conformación contemporánea de la región de Galicia, precedente histórico de la Comunidad Autónoma de Galicia.
- Rey de Mallorca
El Reino de Mallorca fue creado por Jaime I el Conquistador tras su conquista en 1231. En 1262 murió Alfonso, el primogénito del rey (quien iba a heredar Aragón y Valencia). Entonces, Jaime redactó un nuevo testamento por el que otorgaba Mallorca a su hijo Jaime. El reino comprendía las islas Baleares — Mallorca, Menorca (todavía bajo el poder de un soberano musulmán aunque tributaria desde 1231), Ibiza y Formentera.
- Rey de Sevilla
El reino de Sevilla fue una jurisdicción territorial o provincia de la Corona de Castilla desde su reconquista en el siglo XIII hasta la división territorial de España en 1833. Fue uno de los cuatro reinos de Andalucía. Se extendía aproximadamente por el territorio de las actuales provincias de Huelva, - Sevilla y Cádiz y la depresión de Antequera, englobando además algunos municipios en la actual provincia extremeña de Badajoz.
- Rey de Córdoba
El reino de Córdoba fue una jurisdicción territorial o provincia de la Corona de Castilla desde la reconquista hasta la División territorial de España en 1833. Fue uno de los cuatro reinos de Andalucía.
- Rey de Murcia
El reino de Murcia fue una jurisdicción territorial de la Corona de Castilla desde su reconquista en el siglo XIII hasta la división provincial de 1833, acometida por Javier de Burgos. Se extendía aproximadamente por el territorio de la actual Región de Murcia, la parte sur-este de la provincia de Albacete, Villena y Sax en Alicante y por algunas localidades de la actual provincia de Jaén.
- Rey de Jaén
El reino de Jaén fue una jurisdicción territorial o provincia de la Corona de Castilla desde la reconquista hasta la división territorial de España en 1833. Conocido como el "Santo Reino", comprendió un territorio que coincide aproximadamente con la actual provincia de Jaén y fue uno de los cuatro reinos de Andalucía.
- Rey de Los Algarves
El título de "Rey de Algarve" fue utilizado por primera vez por Sancho I de Portugal, después de la primera conquista de Silves, en 1189. Silves era sólo una ciudad del imperio almohade, aunque a estas alturas todo Al-Ándalus se hallaba unificado bajo su dominio. Así, D. Sancho usó alternativamente en sus diplomas las fórmulas "Rey de Portugal y de Silves" o "Rey de Portugal y del Algarve"; excepcionalmente, acumuló los tres títulos en los de "Rey de Portugal, de Silves y del Algarve".
- Rey de Algeciras
El Reino de Algeciras de la Corona de Castilla tiene su origen en 1344, cuando Alfonso XI conquistó el reino meriní de Algeciras. Desde ese momento el título de "rey de Algeciras" figuró entre los títulos de los monarcas castellanos y hasta la actualidad lo hace entre los títulos de la Corona de España.
- Rey de GibraltarEl Reino de Gibraltar fue un reino taifa musulmán de al-Ándalus regido por Abdul Malik, hijo del sultán de los Benimarines entre 1333 y 1340. En 1355 el emir Isa Ibn al-Hassam se proclamó 'Rey de Gibraltar y de su tierra', tras el cerco a la ciudad liderado por Alfonso XI. En 1462 el reino de Gibraltar fue conquistado por Enrique IV de Castilla, incorporándolo a los títulos de la Corona de Castilla. En la actualidad pese a ser Gibraltar una dependencia británica, el título nobiliario de Rey de Gibraltar permanece bajo la corona española y está reconocido por la corona inglesa.
- Rey de las Islas Canarias, de las Indias Orientales y Occidentales y de las Islas y Tierra Firme del Mar Océano (Título referido a América y a Filipinas).Como título tradicional de los reyes de España, figura el de Rey del imperio en Asia y las Indias Orientales a raíz de la unión ibérica, ya que tras el Tratado de Tordesillas la parte oriental había sido otorgada a Portugal. En cuanto a las posesiones Occidentales, se refiere a las Antillas Españolas que estuvieron bajo posesión española durante la época colonial 
- Archiduque de Austria
El Archiducado de Austria fue uno de los más importantes Estados que conformaron el Sacro Imperio Romano Germánico. Centro de la casa de Habsburgo, fue el precursor del Imperio austríaco. Los familia de los Habsburgo reinaron en España desde 1516 hasta el 1700. 
- Duque de BorgoñaEl Ducado de Borgoña fue uno de los Estados más importantes de la Europa medieval, independiente entre 880 y 1482. El feudo del duque de Borgoña correspondía aproximadamente con la región actual francesa de Borgoña. Gracias a su riqueza y vasto territorio, el ducado fue tanto política como económicamente muy importante. Técnicamente eran vasallos del rey de Francia, pero los duques de Borgoña supieron mantener una política propia. Los Habsburgo continuaron reclamando el ducado de Borgoña, en vano, y reconocieron su pérdida (Paz de Cambrai (1529), Tratado de Cateau-Cambrésis (1559), tratado de Nimega (1678)). Siguieron manteniéndose como duques titulares.Los reyes de España como sucesores siguieron manteniendo la titulación como mero prestigio.
- Duque de Brabante
El Ducado de Brabante fue un antiguo ducado situado entre los Países Bajos y Bélgica. El título de duque de Brabante fue creado por el emperador Federico I Barbarroja elevando en 1183/1184 el landgraviato de Brabante en ducado en favor de Enrique I de Brabante, hijo del conde de Lovaina.
- Duque de Milán (Tomada durante varios siglos para defender las posesiones italianas frente a Francia).
- Duque de Atenas y Neopatria (Conquistas de los Almogávares en Bizancio, tras la "Venganza catalana").
- Conde de Habsburgo
Los Habsburgo españoles desaparecieron en 1700 por causa de un rey completamente disminuido e incapaz de gobernar, Carlos II de España aunque la dinastía de los Habsburgo españoles continuó con la descendencia de Don Juan José de Austria (único hijo ilegítimo reconocido por Felipe IV) y de Don Carlos Fernando de Austria y Manrique.
- Conde de Flandes
Los condes de Flandes fueron los titulares del Condado de Flandes entre el siglo IX y la disolución formal del condado tras la Revolución francesa y la formación del reino de Bélgica en 1830, aunque honoríficamente el título todavía fue empleado por los Habsburgo de Austria hasta 1919 y por los príncipes herederos a la corona de Bélgica. Entre 1516 y 1700 todos los monarcas de la casa de Habsburgo de España, fueron también Condes de Flandes. El Tratado de Utrecht de 1713 entregó la titularidad a los Habsburgo de Austria hasta que tras la Revolución francesa el condado fue anexionado a Francia en 1795 y el título disuelto. A la creación del reino de Bélgica en 1830, el título fue empleado honoríficamente por los emperadores de Austria y lo es todavía como distinción de los príncipes herederos de Bélgica.
- Conde del Tirol, Rosellón y Cerdaña
- Conde de Barcelona
El condado de Barcelona corresponde al territorio regido por los condes de Barcelona entre el siglo IX y el siglo XII, desde donde se formó históricamente Cataluña como una entidad política. - Señor de Vizcaya y de Molina.
El Señorío de Vizcaya fue un territorio con organización política propia existente en la actual provincia de Vizcaya desde el siglo XI hasta 1876, en que fueron abolidas las Juntas Generales de Vizcaya y el régimen foral vizcaíno. En 1379 el rey Juan I de Castilla se convirtió en señor de Vizcaya, por herencia materna, quedando dicho territorio integrado definitivamente en la corona de Castilla y luego en el reino de España. Vizcaya tuvo bandera naval propia, casa de contratación y consulado en Brujas. También tuvo dos aduanas, en Valmaseda y Orduña.
- Rey de Hungría, Dalmacia y Croacia
El Reino de Hungría fue junto con el Reino de Inglaterra, el Reino de Francia, el Reino de Polonia, el Sacro Imperio Romano Germánico y el Reino de España una de las potencias europeas durante la Baja Edad Media y parte de la Época Moderna, muchos de ellos ya habiendo desaparecido en la actualidad como regímenes monárquicos.
- Duque de Limburgo, Lotaringia, Luxemburgo, Güeldres, Estiria, Carniola, Carintia y Wurtemberg
El ducado de Limburgo pasa a formar parte de los vastos territorios gobernados por el duque de Borgoña, y seguirá la misma suerte que el estado Borgoñón, pasando a la casa de Habsburgo en 1477, formando los Países Bajos Españoles, más tarde (1713) Países Bajos Austríacos, pero siempre conservando su integridad formal, hasta que en 1794 es conquistado por el ejército napoleónico e integrado al Imperio Francés en 1795, incorporado a la nueva provincia de Meuse Inferior.
- Capitán General de las Reales Fuerzas Armadas y su Comandante Supremo (Antiguo título de Caudillo, instaurado por el Conde-Duque de Olivares).
- Gran Maestre de la Real y Distinguida Orden de Carlos III (La mayor distinción al mérito civil).
- Gran Maestre de la Orden de Isabel la Católica (Para aquellos que beneficien a las relaciones exteriores de España).
- Gran Maestre de la Orden de las Damas Nobles de María-Luisa (Exclusiva para mujeres).
- Gran Maestre de la Orden de Alfonso X el Sabio (Al mérito académico).
- Gran Maestre de las órdenes militares de Montesa, Alcántara, Calatrava y Santiago (muestra de la gran proliferación de freires durante la - Reconquista), así como de otras órdenes militares menores o Condecoraciones Españolas.
- Landgrave de Alsacia (Herencia de Carlos V)
- Príncipe de Suabia
- Conde Palatino de Borgoña
- Conde de Artois, Hainaut, Namur, Gorizia, Ferrete y Kyburgo
- Marqués de Oristán y Gocíano
- Margrave del Sacro Imperio Romano y Burgau
- Señor de Salins, Malinas, la Marca Eslovena, Pordenone y Trípoli.
- Canónigo honorífico y hereditario de la Iglesia Catedral de León y de la basílica de San Juan de Letrán en Roma. ( ... Tomado de)

Los Reyes Católicos

domingo, 6 de noviembre de 2016

La peste negra en España

La peste negra en España

La bacteria "Yersinia Pestis" fue la culpable de que muriesen 20 millones de personas en Europa. 08-11-2009


Actualmente hay varios pueblos en España que eligen un día del año para celebrar una fiesta especial en recuerdo de la Peste Negra y conmemorar su supervivencia.

En 1348, la localidad de Puertollano fue azotada por una epidemia y sólo 13 de sus habitantes consiguieron sobrevivir. Éstos hicieron un Voto y se comprometieron a sacrificar 13 vacas para que la Virgen les protegiera. Hoy en día, se celebra "El Santo Voto", día de la Octava de la Ascensión, y se ofrece carne de vaca a todos aquellos que visitan Puertollano.
Quesa, en Valencia, rememora lo ocurrido en 1690 cuando un nuevo brote de peste deja sólo a una familia con vida. En Fontanarejo, una localidad entre Badajoz y Ciudad Real, recogen durante el 30 de abril romero fresco y lo colocan en las puertas de las casas. Al atardecer, se queman estas ramas al toque de las campanas.
Uchuraccay, la aldea de la muerte
El 26 de enero de 1983, unos cuarenta comuneros asesinaron a ocho periodistas peruanos de diversos periódicos nacionales que habían llegado a investigar una masacre cometida por la organización guerrillera Sendero Luminoso en un municipio vecino.
Murieron mutilados en una especie de rito mágico-religioso. Tras este hecho, todos los lugareños acabaron por abandonar el lugar y hoy en día, el pueblo se encuentra en mitad de la montaña pero nadie vive en él. tomado de .... la obra que aparece arriba es “El Triunfo de la Muerte”, de Brueghel el Viejo.

Puedes oirlo en directo en Millenium3, está en la tercera parte final
Otro aspecto muy curioso es sobre las máscaras de la peste, pero son de época posterior a la peste negra, del s.XVII, puedes encontrar información aquí.

El Reino de Castilla

sábado, 5 de noviembre de 2016

La Peste Negra, apocalipsis medieval

A finales del siglo XIV tuvo lugar en toda Europa una brutal epidemia de peste que acabó, en muchas zonas, con más del 50% de la población. Las gentes de aquella época creyeron que había llegado el Apocalipsis y que la Providencia castigaba así a los hombres por todos sus pecados. El infierno se hacía realidad sobre la Tierra sembrando de cadáveres y apestados las sucias y abarrotadas calles de las grandes ciudades y de los pequeños pueblos de un extremo al otro del continente…
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El hombre medieval estaba sin duda acostumbrado a los contratiempos del destino. Los periodos de hambrunas, carestías de todo tipo y guerras eran algo habitual. Sin embargo, nadie podía imaginarse que la muerte, aquella figura tenebrosa que comenzó a partir de entonces a representarse embozada, siempre acechante entre las sombras, se llevaría por delante a millones de almas como consecuencia del mayor desastre epidémico de la historia: la peste negra.
Todo comenzó en el año 1348, cuando la misteriosa enfermedad, como si de una plaga apocalíptica se tratara, se cebó con la indefensa población de casi todo el continente europeo, asolando ciudades y pueblos enteros y sembrando de cadáveres los campos y las calles de las grandes urbes. La muerte negra, como empezó a conocerse, acabó con casi la tercera parte de la población europea. Los cuatro jinetes del Apocalipsis se abatían contra los hombres como nunca antes lo habían hecho. Para las supersticiosas mentalidades de la época era el comienzo del fin del mundo, y la sensación de pánico generalizado sólo era comparable, salvando las distancias, a la que se vivió en el umbral del año 1000.
Los Cuatro Jinetes del Apocalipsis, grabado de Alberto Durero (1498)
Los Cuatro Jinetes del Apocalipsis, grabado de Alberto Durero (1498)
Orígenes inciertos
Occidente no se enfrentaba a una epidemia completamente nueva, pues ya en el siglo VI un brote de la enfermedad, conocido como “Peste de Justiniano” asoló gran parte del Imperio Bizantino. Y aunque causó numerosos estragos, no fue comparable, en cuanto a virulencia y catastrofismo, con la pandemia vivida entre 1348 y 1351.
Existen discrepancias entre los historiadores sobre cuál fue realmente el punto de origen de la peste medieval, aunque la mayoría coincide en aceptar que pudo partir de la región de Yunnan, en el sudeste de China, transmitida a través de las caravanas asiáticas que recorrían el Imperio mongol en parte de la Ruta de la Seda. En 1387, millones de personas estaban muriendo en China, la India y en gran parte de las tierras del Islam. A Europa llegaban rumores sobre una terrible enfermedad acompañados de descripciones apocalípticas sobre el origen de la epidemia, como lluvias de ranas y serpientes, tormentas con fuertes granizadas y rayos y finalmente un humo hediondo y truenos espantosos.
Ese mismo año, el mal debió de entrar en contacto con los europeos en el puerto de Caffa –hoy Teodosia–, entonces colonia de Génova en el Mar Negro, hacia donde acudían las numerosas caravanas citadas. Poco después, la ciudad fue asediada por el khan tártaro Djani Beck, quien se vio obligado a levantar el sitio cuando una misteriosa plaga –la temible peste negra– comenzó a matar sin miramientos a sus tropas. Al general se le ocurrió entonces la brillante y terrible idea de lanzar al interior de la ciudad mediante catapultas los cadáveres pestilentes de centenares de sus soldados, treta mediante la cual pretendía “envenenar a los cristianos” y, como si de una pionera guerra bacteriológica se tratara, logró que la muerte negra penetrara en Caffa. Después, doce galeras ocupadas por genoveses que habían contraído la enfermedad arribaron al puerto de Mesina (Italia) en octubre de 1387 y propagaron la peste de forma increíblemente rápida, mientras otros barcos, también infectados, llegaban desde Oriente a Génova y Venecia. Cuando las autoridades genovesas reaccionaron ya era demasiado tarde. Nada ni nadie podía detener ya a la peste.
Fortaleza en la antigua Caffa, lugar de origen de la peste
Fortaleza en la antigua Caffa, lugar de origen de la peste
Comienza la plaga
Los primeros síntomas de la enfermedad consistían en fiebre elevada y escalofríos, que en ocasiones se confundían con los de otras enfermedades. Poco después hacían acto de presencia angustia y ansiedad, unidas a un aumento de la fiebre, mareos y vómitos. El paciente, que vivía en una estado de postración constante, perdía en ocasiones el conocimiento, todo ello en medio de fuertes sudores que desprendían un profundo y particular olor, según los cronistas “similar al de la paja podrida”. A ello se unían terribles dolores de cabeza, desnutrición, sensación de asfixia, grandes temblores y una lengua pastosa y blanquecina.
Pero, aunque desagradable, aquello no era lo peor: pronto aparecían hinchazones en las ingles, bajo las axilas o detrás de las orejas –allí donde se encontraban los ganglios linfáticos–, signos inequívocos de que la letal enfermedad estaba actuando. En ocasiones alcanzaban el tamaño de una manzana o un huevo, por lo que el vulgo comenzó a llamarlos “bubones”, palabra derivada del griego boubon –bulto, tumor–, que dio origen a la denominación de “peste bubónica”, también conocida como “peste negra”, pues los bultos, manchas y úlceras adquirían un color negruzco. No era extraño que los bubones supurasen, generando un horrible hedor y, si llegaban a romperse, producían en el paciente un dolor prácticamente indescriptible. Cuando la infección derivaba en infección pulmonar –la conocida como variante neumónica–, el paciente tenía pocas posibilidades de salir con vida, además de convertirse en peligroso foco de contagio, al poder transmitir la enfermedad por el aire, a través de la tos, de forma similar a la gripe. Cuando esto sucedía el enfermo presentaba bronquitis aguda, dolor en el tórax e incluso broncopulmonía de tipo hemorrágico que provocaba que expulsara esputos sanguinolentos.
Grabado medieval en el que se pueden apreciar los bubones en los afectados por la terrible epidemia
Grabado medieval en el que se pueden apreciar los bubones en los afectados por la terrible epidemia.
Otra de las consecuencias de la peste bubónica era el delirio –delirium–, un estado alucinógeno generado por la fiebre que provocaba en muchos casos que algunos enfermos sufrieran accidentes e incluso se suicidaran. La arcaica medicina de los galenos de la época atribuía el contagio al aire viciado y a la falta de salubridad en las ciudades –lo cual no era del todo desacertado–, pero no sería hasta 1894 cuando se descubriera finalmente el mecanismo de contagio de la peste: la pulga de la rata negra –rata de cloaca– o xenopsylla cheopis. La enfermedad pasó a denominarse entonces Yersinia Pestis, en honor a su descubridor, el suizo Alexandre Yersis, discípulo de Pasteur, quien realizó sus investigaciones durante un brote epidémico que azotó Hong-Kong a finales del siglo XIX.
Sin embargo, en la Baja Edad Media se creía que el mal se debía, cuando no a la ira de Dios, a una descompensación de los humores del cuerpo, cuando no a un castigo divino. En una crónica de la ciudad de Mallorca se puede leer que “Las enfermedades que ahora hay vienen y proceden de la superabundancia de sangre, como los dichos médicos dicen y de eso tienen experiencia”. La extracción de esta sangre corrupta era uno de los remedios más utilizados por los galenos y las sangrías se convirtieron en algo común para aliviar los síntomas de los apestados, bien rajando con bisturí o aplicando sanguijuelas sobre la zona afectada, remedio bastante desagradable, pues éstas pueden aumentar hasta ocho veces su propio peso durante la succión. A la larga las sangrías eran una pésima solución, pues dejaban al enfermo más debilitado y por tanto con más riesgo de morir.
Un infierno se abate sobre la Tierra
Los roedores campaban a sus anchas por unas ciudades llenas de suciedad, donde la higiene personal dejaba mucho que desear y en una época en la que se llegó a aconsejar, por ejemplo, lo que recogía la siguiente receta: “Bañarse es cosa muy dañosa, pues el baño hace abrir las porosidades del cuerpo por las cuales el aire corrompido entra y produce fuerte impresión en nuestro cuerpo o en nuestros humores”.
En un escenario de tales características la enfermedad tuvo el campo libre para actuar impunemente, sembrando el caos, el terror y la muerte allí por donde pasaba. Nadie creía que las ratas eran en parte las culpables de su transmisión y el hombre estaba acostumbrado a convivir con estos roedores, que se hallaban por todas partes. En los barrios pobres y degradados se hacinaban las gentes humildes siendo un potencial foco de infección. Por si esto fuera poco, Europa estaba sumida en uno de los peores conflictos de la historia: la Guerra de los Cien Años (1339-1453) entre Francia e Inglaterra. Las bajas eran a veces muy numerosas y los campos quedaban regados de cadáveres mutilados y mal enterrados que, una vez corruptos, contribuían a expandir la pandemia.
La muerte negra sumió a reinos y ciudades enteras en la más absoluta ruina y decadencia, y sus efectos fueron atroces, como narró la pluma del genial escritor italiano Giovanni Boccaccio. Los cementerios eran insuficientes para enterrar a los miles de cadáveres que se hacinaban y la burocracia se paralizó casi por completo en las grandes urbes. Para muchos historiadores, la epidemia fue el comienzo del fin del feudalismo. La propagación de la peste provocó también el estallido de focos revolucionarios y grandes desórdenes en importantes núcleos urbanos –como en Flandes y en algunas ciudades italianas–. Las revueltas fueron constantes y en algunos casos llegaron a alcanzar cotas de gran dramatismo, como en la Ciudad Eterna.
"La danza de la muerte" fue reproducida en pinturas y grabados
"La danza de la muerte" fue reproducida en pinturas y grabados
Las cifras de defunciones hablan por sí solas. Los venecianos morían en la increíble proporción de 600 personas al día. Se estima que Inglaterra perdió el 25 por ciento de su población –en verano de 1348 eran enterrados casi 300 cadáveres al día– y Escocia prácticamente un 30 por ciento. El espectro de la peste fue aún más voraz en Francia y Alemania, donde acabó con la vida de nada menos que el 50 por ciento de su población. Muchas ciudades vieron impotentes cómo sus habitantes disminuían drásticamente. Florencia, con 100.000 habitantes, perdió a la mitad de su población. En Venecia falleció el 60 por ciento de la población –moría la increíble proporción de 600 personas al día– y en Avignon la mitad de sus habitantes. En la sede pontificia, en sólo 6 semanas, 11.000 personas fueron enterradas en un mismo cementerio. Se decidió entonces que el Papa, Clemente VI, bendijera el Ródano e incontables cadáveres se arrojaron al río, que sirvió como sepultura. Sin embargo, aquella precipitada y desesperada acción contribuyó a expandir también la epidemia.
La península Ibérica tampoco se libró del impacto epidémico y en algunas ciudades desapareció más de la mitad de la población, como en Barcelona, donde murieron 38.000 de sus 50.000 ciudadanos. En el Reino de Mallorca, fallecieron alrededor de 9.000 personas. Y la lista es interminable y realmente estremecedora.
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Aunque muchos historiadores afirman que desapareció a causa de la plaga el 30% de la población europea, algunos creen que esta tasa llegó a alcanzar el 50%, algo que nunca sabremos con certeza pero que pone igualmente los pelos de punta. Nada a lo largo de la Historia, ni guerras, ni catástrofes naturales, ni siquiera armas de destrucción masiva, han provocado una mortandad tan alta como la peste negra del medievo.
Combatir la enfermedad
La mayor parte de los “médicos” que ayudaron a los apestados eran voluntarios, pues los doctores cualificados por lo general huían, sabedores del peligro que corrían. Para poder ayudar a los apestados y evitar contagiarse, los médicos con el tiempo se protegerían con una vestimenta realmente esperpéntica, que les daba un aspecto algo grotesco. Convencidos de que la enfermedad se transmitía a través del olfato, idearon una máscara que acababa en forma de largo pico de ave –quizá porque al comienzo de la enfermedad se creía que ésta era diseminada por los pájaros y dicha máscara ayudarían a espantarlos–, en cuyo interior introducían distintas hierbas aromáticas que servirían –o eso creían– para neutralizar el aire corrupto y que éste no se introdujera por sus fosas nasales.
El fuerte influjo de las creencias supersticiosas de la época provocó que los doctores llevasen también unos anteojos negros sobre la máscara que creían eran un eficiente amuleto contra el “mal de ojo”, pues no obstante la muerte negra era considerada una plaga maldita. Además, una larga túnica también de color negro cubría su cuerpo, un enorme sombrero protegía su cabeza y portaban una larga vara o bastón de madera y guantes para no entrar en contacto directo con los apestados. Su aspecto grotesco advertía a los transeúntes, de forma indirecta, del peligro de contraer la enfermedad.
Un médico de la peste con su extravagante vestimenta
Un médico de la peste con su extravagante vestimenta
Con la intención de evitar la dispersión de la pandemia, los cadáveres eran sacados con carretillas fuera de las ciudades, donde se introducían en grandes fosas para ser quemados después. No obstante, durante el tiempo que permanecían a la espera de ser calcinados –varios días debido a la falta de enterradores–, la putrefacción contribuía a propagar aún más el mal.
Procesiones, mártires y flagelos
Bastaron apenas dos o tres años para diezmar Europa, lo que generó dos tendencias realmente opuestas de asimilar lo ocurrido entre las gentes: muchos se dieron al libertinaje, a la bebida y al sexo desenfrenado –incluidos un gran número de clérigos–, que adoptaban esta actitud ante la brevedad de la vida y el acecho inevitable de la muerte; otros, por el contrario, se dedicaron a la existencia beatífica, a la contemplación espiritual, el pietismo y la penitencia.
Flagelantes en plena acción fustigadora
Flagelantes en plena acción fustigadora
Creían que la peste bubónica no era sino una especie de plaga bíblica que se abatía sobre los hombres para castigarlos por sus pecados. Este clima de histeria y fanatismo religioso provocó que muchas personas comenzaran a automutilarse como forma de redención y penitencia. Se hicieron muy populares las llamadas procesiones de flagelantes, que recorrían ciudades y pueblos azotándose con varas y látigos cual si del mismísimo Juicio Final se tratase, desgarrando sus carnes e implorando el perdón entre charcos de sangre.
Los penitentes se fustigaban con látigos de cuero anudados con pinchos de hierro. Algunos sufrían graves heridas entre los omoplatos, y algunas mujeres, extasiadas, recogían la sangre con sus propios vestidos y se la pasaban por los ojos, al creer que era milagrosa. Creían que con esa durísima penitencia se conseguiría mitigar la ira de Dios y aplacar de esta forma la peste. En procesiones que reunían hasta 1.000 fieles, los flagelantes se imponían caminar durante 33 años y medio como los años que vivió Jesucristo. Sin bañarse, abandonando sus bienes y sin practicar sexo, marchaban de ciudad en ciudad realizando actos que hoy catalogaríamos de masoquistas, ante la muchedumbre enfervorecida.
Procesión de flagelantes, por Goya
Procesión de flagelantes, por Goya
Las gentes imploraban al cielo, sacaban las reliquias de las iglesias, se realizaban rituales eclesiásticos, se celebraban múltiples misas… Sin embargo, estos multitudinarios actos facilitaron en muchas ocasiones la expansión de la enfermedad.
Por su parte, los astrólogos y algunos médicos creían que la causa de la peste, de los “efluvios malignos del aire”, se encontraba en la influencia de los astros ¡siempre los astros! concretamente en la nefasta conjunción de los planetas Júpiter, Marte y Saturno y también al efecto negativo de eclipses y cometas –al menos esa fue la respuesta que dieron los físicos de la Sorbona al rey francés Felipe VI cuando planteó qué había provocado la corrupción del aire–. En medio de este catastrofismo cogieron fuerza las interpretaciones más descabelladas, como que el mal se producía “por malvados hijos del diablo que con ponzoñas y venenos diversos corrompen los alimentos”, según reza un escrito contemporáneo.
En 1348 la peste negra recorrió a toda velocidad –algo que no se explican algunos investigadores y estudiosos de la Medicina–, sembrando la muerte y la destrucción, un largo camino que iba de Sicilia a Inglaterra, hasta alcanzar su clímax. Fue entonces cuando en Italia las autoridades de la ciudad de Pistoia, convencidas de que Dios estaba castigando al mundo, creían que la ciudad debía purgar sus pecados. Se publicaron ordenanzas que prohibían el juego, la blasfemia y la prostitución. Normas que se empezaron a aplicar en diferentes ciudades y países.
En Alemania las brutales torturas de los flagelantes impactaron sobremanera a las gentes. Era creencia común que la sangre de los mártires era sagrada, por lo que poco a poco este movimiento heterodoxo fue sustituyendo en amplios lugares a la religión oficial, cuyas plegarias no evitaban la muerte de nadie. Miles de fieles seguían en masa a estos personajes, muchos de los cuales se creían dotados de gracia divina a través del sacrificio de su sangre y afirmaban ser capaces de realizar milagros en nombre de Cristo. Aseguraban que los niños fallecidos podían revivir en su seno y el pueblo creía que algunos animales hablaban gracias a su intercesión. Estas asombrosas “facultades”, fruto sin duda del fanatismo y la superstición, no evitaron sin embargo que los cadáveres siguieran amontonándose en las calles.
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Los cristianos comunes creían que las procesiones de los flagelantes eran una especie de purificación espiritual que también los elevaba a ellos. El pueblo asociaba su llegada a la desaparición de la terrible enfermedad, por lo que el papa Clemente VI comenzaba a inquietarse. El fanatismo era cada vez más extremo y, para que el Todopoderoso perdonara al hombre, al pecador, en varios lugares se expulsó de las ciudades a las prostitutas y a los judíos –el colectivo más perseguido–, que en ocasiones eran quemados vivos, como si fueran brujas.
Pogromos y persecución religiosa
Para los cristianos medievales los hebreos eran quienes más ofendían a Dios, pues los consideraban los responsables de la crucifixión de Jesús –lo que había despertado la ira divina provocando la epidemia–, así que el odio popular, alimentada por los sermones de curas exaltados y de los flagelantes, se volcó contra ellos. Marcados desde sus orígenes con el estigma de pueblo maldito, el hecho de mantener sus costumbres, su lengua y religión, apartados del resto, les convertía en foco habitual de la ira de los cristianos. Además, practicaban el préstamo de dinero y recaudaban impuestos para la nobleza, lo que para una población que no admitía por principio religioso la usura, constituía toda una verdadera afrenta. Con la llegada de la muerte negra, el odio que se sentía hacia este colectivo desde hacía siglos se volcó contra ellos.
Miles de miembros de este colectivo fueron apaleados y masacrados, en brutales pogromos –persecuciones– por todo el continente. Se les acusaba de algo realmente pintoresco: los hebreos, en medio de un complot pergeñado al parecer por los judíos de Toledo, habían envenenado el agua de los pozos y fuentes de toda la Cristiandad y corrompido el aire, lo que había provocado la peste. Se les sometió a terribles torturas para que confesaran que todos los hebreos eran culpables de conspiración.
Esto provocó grandes matanzas en Carcasona y en Narbona, entre otros lugares. En los guetos millares de personas fueron descuartizadas, degolladas y quemadas vivas por los cristianos. En enero de 1348, 600 judíos fueron quemados vivos en Basilea, matanzas que se repitieron en Zurich y Chillon y que se avivaron en la Corona de Aragón, donde muchos miles fueron pasados a cuchillo. En mayo la aljama judía de Barcelona fue devastada por completo, extendiéndose el odio antisemita a ciudades como Cervera, Tárrega o Lérida.
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A pesar de que el papa Clemente VI, desde Aviñón –entonces sede pontificia–, hizo un llamamiento a la población y mediante una bula prohibió las matanzas, los saqueos y la conversión forzosa de los judíos sin juicio previo, afirmando que éstos enfermaban igual que el resto de la población, lo que hacía improbable que fueran los responsables, las persecuciones continuaron, si cabe con más inquina.
El día de San Valentín de 1349, los ciudadanos de Estrasburgo reunieron a 2.000 judíos que acabaron ardiendo en la hoguera. El caos se apoderó de toda Europa, los saqueos fueron cada vez más frecuentes y la violencia se convirtió en una amenaza aún más terrible que la peste.
El principio del fin
Los flagelantes comenzaron a alejarse de su original pietismo y a abandonarse a las orgías, copulando con las mujeres en público completamente ebrios. Muchos maleantes y delincuentes se unieron al movimiento, y saqueaban las Iglesias por las que pasaban. Finalmente, Clemente VI publicaría otra bula en 1349 -Inter sollicitudines-, donde condenaba al movimiento como herético, y acusaba a sus miembros de cometer crímenes que “hacían enojar a Dios”. Algunos de los cabecillas fueron apresados y decapitados en presencia de sus seguidores, y aunque la secta no desapareció por completo, poco a poco fue perdiendo fuerza, al tiempo que desaparecían los terribles efectos de la enfermedad.
Flagelantes
Flagelantes
Aquellos judíos que no habían sido asesinados o muertos por la peste, tuvieron que abandonar su hogar y exiliarse. A finales del siglo XIV, en amplios territorios de Francia, Inglaterra y Alemania ya no había ninguno. Sin embargo, éstos fueron acogidos en Cracovia (Polonia), por el rey Casimiro el Grande. Nadie creía entonces que en pleno siglo XX la comunidad hebrea volvería a ser masacrada, esta vez por la ira de los nazis.
La terrible plaga había dejado su huella de muerte y destrucción a lo largo de miles de kilómetros, atormentando el alma de millones de personas y diezmando casi a la mitad la población europea. Con el tiempo los hombres volverían a tomar el control de la situación, pero ya nunca volverían a ser los mismos. Ahora conocían las llamas del infierno.
El poeta italiano Petrarca cantó como nadie el sufrimiento y la pena, la pérdida de los seres queridos que causó la peste bubónica: “Considera lo que hemos sido y lo que ahora somos… /¡Dónde estáis amigos queridos!/ ¡dónde los rostros amados!/ Éramos una multitud, ahora estamos casi solos…”.
Óscar Herradón. Artículo publicado en la revista ENIGMAS Tomado de aquí

viernes, 4 de noviembre de 2016

El Camino de Santiago


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jueves, 3 de noviembre de 2016

La crisis bajo medieval en Esquemas

Todos estos esquemas pretenden hacerte reflexionar sobre los distintos aspectos que efectan a a
crisis bajo medieval y que tengas claro como interactuan entre ellos.
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