La actual división territorial permanece prácticamente intacta desde que, en 1833, fuera trazada para facilitar al Gobierno central dirigir sus órdenes sobre las regiones (tomado de ..)
«El mapa general de la Península nos
presenta cosas ridículas de unas provincias encajadas en otras, ángulos
irregularísimos por todas partes, capitales situadas en las
extremidades de los partidos, intendencias extensísimas y otras muy
pequeñas, obispados de cuatro leguas y obispados de 70, tribunales cuya
jurisdicción apenas se extienden más allá de los muros de una ciudad y
otros que abrazan dos o tres reinos; en fin, todo aquello que debe traer
consigo el desorden y la confusión». Así describía el famoso poeta y
pensador valenciano León de Arroyal la división territorial de España a finales del siglo XVIII.
«El mapa de la Península nos presenta cosas ridículas de unas provincias encajadas en otras»
Será a finales de octubre de 1833, poco después de morir Fernando VII, cuando la regente Maria Cristina inicie
un ambicioso plan de reformas políticas y administrativas, la más
importante de las cuales se le encargaría al ministro de Fomento Javier de Burgos: una división racionalizada del territorio español. El objetivo no era otro que uniformar y centralizar el Estado, a fin de facilitar, de manera más rápida y eficaz, la labor de Gobierno central sobre el conjunto de España.
Un siglo y medio de vigencia
Apenas un mes después de ser elegido De Burgos para tamaña
empresa, el 30 de noviembre de 1833, se aprobaba el decreto por el que
quedó dividido el país en 49 provincias. Una obra de extraordinaria
importancia si tenemos en cuenta que estas han permanecido intactas al
cabo de un siglo y medio, con la aparición tan solo de una más en la
antigua provincia canaria. Y todas ellas tomarían el nombre de sus capitales, excepto las provincias de Navarra, Álava, Guipúzcoa y Vizcaya, que aun conservan sus denominaciones.
«Era un medio para obtener los beneficios que meditaba hacer a los pueblos»
Toda esta organización era «un medio para obtener los beneficios que meditaba hacer a los pueblos», podía leerse en el Real Decreto publicado en la prensa de la época,
con un Burgos que definía a las provincias como «el Centro de donde
partiese el impulso para regularizar el movimiento de una máquina
administrativa».
Sin embargo, la nueva estructura de De Burgos no siguió, a
diferencia del modelo francés, que era más racionalizado, un criterio
meramente geográfico, sino también un carácter histórico, respetando las
divisiones de los antiguos Reinos, y teniendo en cuenta al mismo la distancia y el número de habitantes de cada núcleo de población.
La oposición
No fue fácil llegar hasta aquí. Costó tiempo y paciencia
dividir el territorio español tal y como lo conocemos hoy en día. En
1785 se le había encargado al conde de Floridablanca una
espacie de ordenación y catalogación de las provincias existentes,
enumerando los núcleos de población que pertenecían a cada una de ellas e
indicando su situación jurídica.
José Bonaparte dividió España en 38 prefecturas y 111 subprefecturas
Tras Javier de Burgos, la reforma fue continuada por los moderados a lo largo de todo el reinado de Isabel II,
pero sufriendo los constantes ataques de la oposición. Estos
comprendía, sobre todo, a los progresistas, y eran especialmente
críticos en la cuestión del reparto
de los municipios. Y más tarde serían los republicanos federales,
quienes se opondrían al proyecto por su «excesivo centralismo».
Pero el tren puesto en marcha en 1833 ya no se detendría en
el siguiente siglo y medio, y, salvo pequeñas cambios puntuales, España
quedará fijada bajo el trazo dibujado por Javier de Burgos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario