Artículo tomado de: https://www.artencordoba.com/blog/las-prefieren-rubias-matrimonios-omeyas-vasconas/
Las fuentes escritas nos cuentan que Abd al Rahman III, el primer Califa de al Andalus tenía el pelo rubio rojizo y los ojos azules. Quizás esta no sea la imagen que todos asociamos con los líderes musulmanes omeyas pero esto se debe al origen norteño de su madre y abuela. No obstante, el gusto de los miembros de la dinastía omeya por las concubinas cristianas venía de bien antiguo, lo que nos lleva a entender las características físicas de muchos de los emires y califas cordobeses.
Abd al Rahman I, el “Emigrado”, fundador de la dinastía Omeya en tierras hispánicas era hijo de un príncipe omeya y de una concubina cristiana bereber de la tribu Nafza (en el actual Túnez). Sobre las preferencias sexuales de Abd al Rahman I no sabemos demasiado pero los textos dicen que la madre de su sucesor, Hixam I, fue una esclava visigoda convertida posteriormente al Islam. El segundo emir de al Andalus era muy blanco de piel y de pelo rojizo. Poco sabemos en este sentido sobre los dos siguientes emires -al Hakam I y abd al Rahman II-, uno rubio y el otro moreno, más allá de su increíble capacidad para procrear (algunas fuentes cuentan que el primero tuvo 40 hijos y el segundo ¡87!). Si alguna de sus concubinas vino de las tierras cristianas no podemos afirmar ni negar nada.
Con Muhammad I “comienzan” los casamientos institucionales con mujeres vasconas. En la mayor parte de los casos, las uniones entre andalusíes y navarras venía dada por pactos políticos, sin descartar algunos casos en las que determinadas mujeres eran tomadas, primero como rehenes y, posteriormente, como concubinas. La primera de estas vasconas fue Ushar, esposa de Muhammady madre de Abd Allah. Este emir mantuvo la “tradición” de piel blanquecina, pelo rubio y ojos azules.
Uno de los nombres propios femeninos de mayor interés es el de Onneca (o Íñiga) Fortúnez. Fue apresada junto a su padre, el heredero al trono navarro Fortún Garcés en la localidad de Milagros en 860 y llevados como rehenes a Córdoba. En la capital del emirato pasaron más de 20 años, siendo tratados siempre de acuerdo a la categoría que merecían. Al poco, Onneca fue desposada por el entonces príncipe Abd Allah, al que dio dos hijas y un varón. Durante las décadas que pasaron en Córdoba, ella fue conocida como Durr, que significa “perla”. Muhammad, el hijo de ambos, sintió igualmente atracción por las norteñas y tomó como amante a otra vascona, Muzna, famosa por ser la madre del futuro califa de al Andalus, Abd al Rahman III. Cuando, en virtud a varios pactos, Fortún Garcés volvió a Pamplona para reclamar su trono, Onneca marchó al Norte donde se casó con Aznar Sánchez de Larraún. Fruto de este matrimonio fue la futura reina Toda, de la que ya hemos hablado en otras ocasiones.
Los dos primeros califas de al Andalus, Abd al Rahman III y Al Hakam II fueron hijos y amantes de cristianas norteñas. Varias de las concubinas del primero fueron vasconas, incluyendo la madre de su sucesor, Muzna. Por su parte, Al Hakam II, rubio, tirando a pelirrojo, con grandes ojos negros, tuvo con Subh a su futuro heredero, Hixam II. Subh, conocida en las fuentes cristianas como “Aurora”, fue una mujer bellísima que se convirtió en un personaje muy destacado de la corte califal. Cuentan que, al haberse formado en el corazón de al Andalus, igual podía cantar baladas que departir sobre jurisprudencia y tradiciones con los sabios cordobeses. De grandísima inteligencia, y sabedora del poder cautivador de su físico, una vez fallecido el califa, dicen los textos que se convirtió durante unos años en la amante del nuevo hombre fuerte del Califato, Almanzor.
¿Qué tenían las mujeres del norte de España para encandilar a los máximos dignatarios de al Andalus? El hecho de que muchas llegaran a Córdoba en su niñez y que fueran criadas en la corte nos lleva a pensar que su formación “intelectual” debía ser profunda y adecuada a las costumbres de la época. Si a esto le sumamos la belleza y la candidez de la que nos hablan las fuentes, la solución es sencilla: navarras y vasconas fueron las preferidas para ser las esposas y madres de los más influyentes hombres de la Alta Edad Media Española.
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